Asegurar que se trata de un caso real se ha convertido en una tradición dentro de las ficciones, sin embargo este, es real.
Sólo, caminaba.
No lograba aquella vez, ni las demás que visité esa plaza, espantarme o enternecerme de algo.Hasta que vi, o creí ver... en un comienzo sé que la olí, olor animal pero como de kiwi, se hacía cada vez más claro, se distinguía en el aroma notas de cardillo. Tenía algo exótico, como si no se tratase de este hemisferio del mundo.
Una mancha, una sombra, un enloquecido fantasma cruzó a toda velocidad una y otra vez ante mis ojos. Sin dejarme jamás que me apropiara de su imagen, siempre esquivo y confuso, desapareciendo y reapareciendo al instante siguiente, siempre desde un ángulo inesperado.
Sabíamos que pronto partiría para no volver a aparecer. Que ese encuentro era impropio.
Se detuvo. Suspendida en el aire.
No sabré (nadie lo sabría) si fueron horas o una milésima de segundo. Pensé que se trataba de una bestia hermosa como un Dios. Pensé que era sabia como quien sobrevive a mil guerras.
Se marchó en todas las direcciones.
Durante los días que siguieron traté de no llamar la atención, Alguien podía preguntarme sobre lo sucedido, incluso ponerse violento en defensa vaya a saber de qué.
Fue una advertencia del infierno o un saludo Buda o un milímetro de error en el rodar de los mundos.
La plaza lució muy extraña de ahí en más, tanto como puede lucir extraña una plaza de barrio.
©2010 JULIO IRRAZABAL
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